Siendo un bebé, mis padres me llevaron con ellos a Santander. No recuerdo nada, pero hay fotos y personas que me indican que aquello sucedió. En el álbum familiar aparezco riendo en una bañera, yendo por la calle en brazos de mi madre, sentado en la playa del Sardinero con un gorrito. También hay varias fotos en las que estoy en una cama deslumbrado por un oso panda de peluche gigantesco que al parecer le tocó a mi padre en una rifa en la feria.
Con mi madre en El Sardinero. This is what peak male athletic form looks like.
Para compensar el poco tiempo que pasaba en casa, mi padre solía traer regalos: una tele nueva, unos pendientes, una cubertería de plata, un triciclo. Mi padre es de una familia de mineros del Bierzo. Se fugó de casa de sus padres a los catorce años para no acabar él también de minero y pasó varios años en Madrid trabajando de aparcacoches, de camarero, de acomodador en un cine y falsificando guías turísticas que vendía de forma ambulante en la estación de Atocha. A los veintitantos años conoció a mi madre, encontró trabajo en un banco, lo destinaron a una sucursal de Santander, y para allá nos fuimos los tres en 1983, yo de recién nacido. En Santander se aficionó al juego, se le acumularon las deudas y optó por pelar por completo a varios de sus clientes del banco para fugarse de nuevo, pero esta vez a México. Estafó no sé cuántos millones de pesetas y se largó sin decir adiós. También se llevó la cubertería de plata y los pendientes. Me dejó el triciclo. La noticia salió en El Diario Montañés.
En el año 2006 encontré a mi padre en Internet. Su dirección de e-mail aparecía en la web de una empresa de alimentación mexicana. Él era uno de los directivos. Le escribí presentándome y el hombre respondió a los dos días con mucha alegría y un tono parecido al que pones cuando te encuentras por sorpresa a una persona a la que no ves desde otoño, tipo «pero cómo tú por aquí». Me dijo que llevaba veintitrés años viviendo en México y que tenía esposa y tres hijos. Yo le dije que llevaba unos meses trabajando en una tienda de cómics. Esa noche quedé con unos amigos y les conté lo que acababa de pasar, pero nadie se creyó la historia de mi padre robando dinero a pensionistas y largándose a otro continente, era inverosímil.
A las dos semanas de aquellos correos cruzados vino a verme a Madrid y quedamos en un hotel por la zona de Avenida de América, al lado de Torres Blancas. Era un señor delgadito con un bigotín como el del director de cine John Waters. De hecho, en general, se parecía bastante a John Waters. Iba enfundado en un traje impecable y llevaba en la mano una mochila de Super Mario Bros. Nada más verme me dio un abrazo y acercó la mochila a mi cara. «Te he comprado esto en el duty free», dijo. «¿Para recuperar el tiempo perdido?», dije yo. «No me rindo nunca, y por algo se empieza», dijo mi padre. Nos sentamos en un sofá y aseguró que me había echado mucho de menos. Más tarde fui al baño a hacer pis y descubrí que había metido un billete de cien euros en mi bolsillo, tal vez mientras me abrazaba. No dije nada porque necesitaba esos cien euros. Le pregunté que por qué no había escrito ni llamado ni una vez y respondió «ya sabes cómo son estas cosas», como dando a entender que yo también tenía una familia a la que había abandonado, cosa que no era cierta en absoluto, en mi casa no había ni peces de colores. Vi que mi padre tenía una herida en un dedo, dijo que se había pegado un tajo con un cuchillo de cortar jamón. Aparte de ese corte, que era como un trazo rojo en la nieve, sus manos estaban en perfecto estado. Le dije que se pusiera algo para que no se le infectase la herida y dijo «nadie se ha muerto nunca por una infección». Yo respondí que millones de personas habían muerto por infecciones y él dijo que taparse las heridas era de flojos. «La naturaleza es sabia». Y luego me dijo que me invitaba a cenar.
Fuimos a un restaurante y nada más entrar se refirió al camarero como «Maestro». Se movía tan fácil que era como si no pesase nada, como un pájaro, un señor de huesos huecos, gracil y confiado. Nos sentamos y dijo que en ese sitio había que pedir costillas de cordero porque estaban buenísimas. Yo le dije que pensaba que llevaba veintitrés años sin venir a España y él dijo que no, que volvía muy a menudo. Me dejó patidifuso. Acto seguido me preguntó que si era vegetariano. «¿Eres vegetariano? Espero que no. Eso son caprichos de niño pequeño». Le recordé que me acababa de regalar una mochila de Super Mario Bros. En la tele estaban echando un Zaragoza - Real Madrid de Copa del Rey, el Zaragoza iba ganando seis a uno. Mi padre me agarró de un hombro y dijo «no te acordarás, pero yo te llevaba al Sardinero y construíamos castillos de arena». Se puso a llorar y pidió un gin tonic. Ahora en la tele echaban una actuación de U2 en directo. Pensé que mi padre seguía siendo guapo. Aunque yo ya conocía la historia quise preguntarle por qué se había ido a vivir a México. Se lo pregunté y respondió que no se acordaba, que había pasado ya mucho tiempo. Le dije que esa respuesta sonaba un poco a tomadura de pelo, que esperaba algo más serio, que me contase la verdad. Y él me dijo que rara vez conseguimos lo que queremos, que la vida es muy corta y nuestra misión principal desde que nacemos consiste en aprender a conformarnos con lo que nos toca. Le dije que él había huido del pueblo para no ser minero y luego había huido de España para no ir a la cárcel, que no se había conformado con nada. Respondió que cada persona es un mundo, jamás volvimos a hablar del tema.
Cuando dices "falsificando guías turísticas" me he imaginado a tu padre añadiendo calles falsas sólo para fastidiar
Gonna need some time para recuperarme de esto. Y de que en lugar de grácil y confiado, he leído grácil y confitado ❤️